Nostalgia de la paz
“En cada marcha podía ocultarse una emboscada, una fuga inesperada que habría de dejarlos abandonados a su propia suerte, suerte nada difícil de imaginar”
F. Jordán
I
Ensamble vespertino
que provoca y desvanece el abrigo del dátil,
aquelarre de aromas,
guerras floridas
que celebran prisioneros y victoriosos,
nostalgia de querencias y queridas.
Es el eje de rotación de tu cuerpo
capilla abierta sin paralelo,
es el fuste que nace en tu cadera
amparo del ombligo que lo soporta.
Arcos de medio punto que simulan tus pechos,
cúpulas coloniales,
cópulas coloridas.
Son tus corolas
lacres de mis cartas pervertidas.
II
Venganza de manos suaves
que golpea entre palabras y arrepentimientos,
mano de papel cortante que empuñas el arma
con la que suturas la herida.
Los escuché describir el dolor indecible
de la curación de los guerreros,
víctimas de los restos funerarios familiares.
En la noche de las caracolas no hay perdón,
no hay arrepentimientos,
sólo el sonido de las olas en espirales
anunciando la resaca.
No has de volver,
barca de carrizos que hieres el golfo.
Navegas con bandera blanca río arriba, mar adentro.
III
Se detiene al escuchar esa canción
que habla de tu ausencia
para ordeñar lágrimas acumuladas en las tetillas de lo permitido.
Llanto esperado,
goteo esperanzado de pequeñas piedras
en cascada de juicios.
Lomo de la cordillera
que marca el borde entre la cordura y la imaginación,
flanqueada por veredas
que formaron el escurrimiento de fluidos frescos y sexuales,
persistentes e insensatos.
IV
Te sumerges
como si los recuerdos nocturnos fueran el océano,
pero son solamente unas cuantas humedades
repartidas en rebanadas finas.
Esa burbuja de aire pesado escondida bajo el agua,
en constante tensión,
es el único hábitat para el dragón de la ausencia.
V
¿Quién serás a tu regreso,
quién te abrirá la puerta?
Hay un día destinado para que vuelvas
y comas de nosotros
y te canses de mirarnos como miras al mar.
En ese día
los que son como yo esperan a los que son como tú:
los que no pueden dejar de tronar los dedos,
mirar a los cuatro vientos
y convertir los protocolos en rutina.
No serás el que se fue,
acá dejaste unas pausas y una pequeña última exhalación.
VI
El intervalo de las respiraciones marcaba el ritmo
decadente.
Sólo me arrepiento de lo que no te dije:
que si decidías irte
yo podía abrirte la ventana,
una grande junto al balcón,
como la que vigila tu cama;
la que tiene un fantasma del otro lado del vidrio.
Y no te lo dije porque esperaba la señal,
sonidos formando figuras en la bolsa de agua salada.
VII
Llegaron poco a poco los pequeños vástagos,
los parientes hambrientos y los despojados,
algunos de buena estampa.
Van como los animales del circo
en una caminata melancólica de risas fingidas,
arrastrando los pies sobre el aserrín.
Entonces
(como destino fatídico e inevitable)
te nombro para olvidarte.